¿Debate polarizado?
Jaime Lindh Fundación P!ensa
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Jaime Lindh
Los diputados Boric y Orsini visitando a Palma Salamanca; la diputada Flores definiéndose como pinochetista. Dos ejemplos recientes que han puesto nuevamente la interrogante respecto de si estamos o no políticamente más polarizados. Ahora bien, la respuesta es algo más compleja que identificar cierta crispación en el debate público. Por cierto, no es trivial, ya que en décadas recientes nuestra sociedad vivió la experiencia de que la política fuera sustituida por la violencia como mecanismo de resolución de conflicto.
Partamos por lo básico: ¿qué queremos decir cuando hablamos de polarización? En la literatura académica se define como un proceso en que las opiniones o preferencias de las personas se van concentrando en campos opuestos. Es decir, cuando los extremos se van fortaleciendo en desmedro del centro. Este proceso se puede dar, entre otros temas, en lo económico (Estado v/s mercado), valórico (pro vida v/s pro aborto), político (oficialistas v/s opositores) o en un conjunto de estas dimensiones. Además, tanto actores políticos como ciudadanos pueden polarizarse. No obstante, no necesariamente van de la mano. De hecho, en EE.UU. existe cierto consenso respecto de que la élite política está más polarizada, pero no así la opinión pública.
En el caso de Chile, un análisis hecho con los datos de la encuesta CEP durante el período 1990-2014 —desarrollado junto con los académicos Jorge Fábrega y Jorge González— muestra que la polarización ideológica ha aumentado en el país desde mediados de los años 2000. En particular, se aprecia que los adherentes a las dos grandes coaliciones se han ido distanciando ideológicamente, llegando inclusive a niveles superiores a lo visto a inicio de los 90. A nivel de actores políticos, si bien se observa un proceso similar de divergencia, este ha sido de una magnitud menor.
Estos resultados revelan que la polarización no se circunscribe al presente año, sino que es un proceso que viene gestándose con anticipación. Pero, ¿qué podría estar detrás? Los mismos datos del CEP muestran que las militancias partidarias han ido disminuyendo con el paso del tiempo, en donde los adherentes que van quedando son los que están más en los extremos. En principio, esto no debiese haber generado mayor incidencia en las estrategias electorales. Sin embargo, con la introducción del voto voluntario en 2012, la situación cambió sustancialmente: frente el hecho de que los moderados estaban políticamente inactivos, los candidatos —para ganar la elección— fueron a buscar los votos “más seguros”, es decir, sus plataformas estaban compuestas por individuos cada vez más polarizados. Una consecuencia inmediata fue la configuración de un discurso menos moderado y más estridente. De hecho, el programa reformista de Bachelet II se enmarcó en la primera elección presidencial con voto voluntario.
Si se valora, entonces, la moderación sobre los extremos y los consensos sobre los disensos, es fundamental asumir el desafío de que los moderados vuelvan a ver en el sistema de partidos una real alternativa de representación.